martes, 6 de noviembre de 2012

la izquierda, de la igualdad a la diferencia


  1. La universalidad de la justicia se queda en buenas palabras si no se completa con la igualdad material. Las reglas pueden ser iguales para todos, pero no podemos considerar justa una carrera en la que uno de los corredores arrastra un yunque atado a la pierna.

  2. Tomarse en serio esas ideas supone compensar circunstancias decisivas en la vida de las gentes, de las que no son responsables (pertenecer a una familia poderosa, socializarse en cierto ambiente cultural, venir al mundo en un pueblo de Tarragona o en uno de Cuenca), que condicionan sus posibilidades de acceso a posiciones sociales e incluso el pleno ejercicio de los derechos.

  3. La izquierda ha pasado de la estrategia de la igualdad a la de la diferencia nacida en torno al llamado “debate multicultural”. No se le quita el yunque al corredor, sino que se opta por crear un reglamento para corredores con yunque, una carrera aparte. En lugar de combatir las circunstancias que están en origen de los problemas (la desigualdad, una cultura discriminatoria en el caso de muchas “minorías”), se adoptan excepciones a los principios generales de justicia y se aboga por “derechos especiales”. Una estrategia discutible que, por lo general, resulta de una debilidad intelectual anonadante.

  4. Las medidas excepcionales no pueden estar por encima del escrutinio democrático o de la aplicación de los principios compartidos de justicia. Si se aceptan, ha de ser como consecuencia de la aplicación de la justicia y la democracia. Y a sabiendas de su condición provisional.

  5. Algunas formas de discriminación positiva pueden estar circunstancialmente justificadas, pero sin olvidar que el objetivo es su desaparición por falta de razón de ser. Tomarse la igualdad y la justicia en serio supone ponerles fecha de caducidad. No sea que nos olvidemos de dónde están los problemas. Las medidas excepcionales no modifican las injusticias de origen; a lo sumo, su impacto. Vienen a ser como la aspirina, que no cura, pero alivia.

  6. La estrategia de la diferencia descuida las condiciones materiales. De hecho, sale muy barata. En cierto modo, parece recuperar la visión conservadora de que la igualdad sólo requiere el gasto de la tinta del BOE. Pero hay algo más: la estrategia del trato diferencial corre el riesgo de estigmatizar a quienes pretende ayudar, a que “la diferencia” se perciba como una suerte de incapacidad. Podría suceder que, en nombre de las diferencias, consagremos las desigualdades.

  7. Podemos acabar como en el Antiguo Régimen, cuando una complicada trama de relaciones jurídicas especiales hacía que cada cual se relacionara con el rey según su condición, según donde vivía y su clase social. Precisamente, aquella situación con la que acabaron las revoluciones democráticas en nombre de la igualdad, las que dieron origen a la izquierda.

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