martes, 20 de noviembre de 2012

dictadura en decerocracia

En las sociedades de capitalismo avanzado, basadas en la democracia liberal y el Estado de derecho, ya no es permisible el linchamiento real (físico) de algún sujeto al que se le atribuye un crimen, una tara o cualquier rasgo o situación que pueda ser construido como un fenómeno inquietante que debe ser desterrado o eliminado           Tampoco son aceptables los comportamientos de exclusión y violencia física por motivos de género, preferencia sexual, grupo étnico o confesión religiosa. Sin embargo, y paradójicamente, se relativizan comportamientos de acoso, hostigamiento y matonismo simbólicos que pueden materializarse en violencia física con mayor facilidad en los sectores sociales más vulnerables, como es el caso de los que se encuentran en situación económica –material-social difícil, por haber contraído deudas que no pueden hacer frente, que pasan hambre, que “ quieren” pero “ no pueden” en algunos casos con necesidades primarias y a los que la denominación de “morosos” les es sinónimo de “ delincuentes”;  expresándoles un clima de antirrespeto y de denegación de los derechos, que acaba aceptándose como una realidad natural.

Este clima es el que permite más tarde que los testigos del acoso en la sociedad puedan sentirse perplejos del daño producido en la víctima. Algunos dirán: "Pero, qué habrán hecho con el dinero”". Otros comentarán: "Son cosas de la vida, que tienen que arreglar entre ellos". El “otro”  es la BANCA, ante la que no caben situaciones, sino hechos, no vaya a ser, que por mano del demonio, de entre sus garras bien afiladas, se les escape algún chorro de sangre de la victima Los menos reflexivos argumentarán que la víctima,  se "lo había buscado" o que era irresponsable y que “ las deudas se pagan siempre”, porque están en la base de la cadena trófica del sistema económico ultraliberal, como si el sistema  tuviese que crear clones, como si la víctima no tuviese derecho a hablar y a poner en conocimiento y tener una oportunidad de vivir.

Por ello sufrirán el castigo del acoso, construido a partir de una muchedumbre de gestos, interacciones y detalles que aisladamente no parecen tener mayor importancia, pero que en su conjunto conforman un contexto de opresión y violencia, de denigración y humillación continuadas.

Se producirá el efecto de "desfiguración" de la víctima y de su imagen pública. Cualquier característica física, de su personalidad o de su comportamiento será amplificada o inventada por la camarilla como digna de rechazo u objeto de escarnio, como hicieron en su momento quienes fabularon que las mujeres eran intelectualmente inferiores, o los negros animales, o los judíos dignos del horno crematorio, o los homosexuales enfermos. Este contexto hostil, donde las profecías inventadas por el grupo acosador siempre se auto cumplen, generará en la víctima la pérdida de la autoestima, la culpabilidad y la sensación de confusión. Se encontrará en una situación-trampa. Si toma una actitud acomplejada, facilitará el acoso. Si los desafía, aumentará el acoso. Si denuncia la situación, es posible que la institución lo niegue y trate de resolver el conflicto tildando a la propia víctima de presentar una enfermedad mental o desequilibrio, de falta de empatía con sus iguales o de cualquier otra etiqueta que esconda las raíces del problema.
Y la sociedad se habrá permitido el lujo, o satisfacción, de haber destruido mediante el martirio a uno de sus componentes, irrecuperablemente.

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