martes, 27 de noviembre de 2012

¿Para qué sirve la escuela? ¿ A quién sirve la escuela?

"La educación en masa, que prometía democratizar la cultura, antes restringida a la clases privilegiadas, acabó por embrutecer a los propios privilegiados.
La sociedad moderna, que ha logrado un nivel de educación formal sin precedentes, también ha dado lugar a nuevas formas de ignorancia. A la gente le es cada vez más dificil manejar su lengua con soltura y precisión, recordar los hechos fundamentales de la historia de su pais, realizar deducciones lógicas o comprender textos escritos que no sean rudimentarios."
Christopher Lasch. 1979
Copiado de MICHEA, JC. "LA ESCUELA DE LA IGNORANCIA", ED ACUARELA LIBROS, pg.13
Acerca del declive del sistema educativo estadounidense.
Tal vez nos sugiera algo sobre el nuestro.
Juan Escabias

martes, 20 de noviembre de 2012

dictadura en decerocracia

En las sociedades de capitalismo avanzado, basadas en la democracia liberal y el Estado de derecho, ya no es permisible el linchamiento real (físico) de algún sujeto al que se le atribuye un crimen, una tara o cualquier rasgo o situación que pueda ser construido como un fenómeno inquietante que debe ser desterrado o eliminado           Tampoco son aceptables los comportamientos de exclusión y violencia física por motivos de género, preferencia sexual, grupo étnico o confesión religiosa. Sin embargo, y paradójicamente, se relativizan comportamientos de acoso, hostigamiento y matonismo simbólicos que pueden materializarse en violencia física con mayor facilidad en los sectores sociales más vulnerables, como es el caso de los que se encuentran en situación económica –material-social difícil, por haber contraído deudas que no pueden hacer frente, que pasan hambre, que “ quieren” pero “ no pueden” en algunos casos con necesidades primarias y a los que la denominación de “morosos” les es sinónimo de “ delincuentes”;  expresándoles un clima de antirrespeto y de denegación de los derechos, que acaba aceptándose como una realidad natural.

Este clima es el que permite más tarde que los testigos del acoso en la sociedad puedan sentirse perplejos del daño producido en la víctima. Algunos dirán: "Pero, qué habrán hecho con el dinero”". Otros comentarán: "Son cosas de la vida, que tienen que arreglar entre ellos". El “otro”  es la BANCA, ante la que no caben situaciones, sino hechos, no vaya a ser, que por mano del demonio, de entre sus garras bien afiladas, se les escape algún chorro de sangre de la victima Los menos reflexivos argumentarán que la víctima,  se "lo había buscado" o que era irresponsable y que “ las deudas se pagan siempre”, porque están en la base de la cadena trófica del sistema económico ultraliberal, como si el sistema  tuviese que crear clones, como si la víctima no tuviese derecho a hablar y a poner en conocimiento y tener una oportunidad de vivir.

Por ello sufrirán el castigo del acoso, construido a partir de una muchedumbre de gestos, interacciones y detalles que aisladamente no parecen tener mayor importancia, pero que en su conjunto conforman un contexto de opresión y violencia, de denigración y humillación continuadas.

Se producirá el efecto de "desfiguración" de la víctima y de su imagen pública. Cualquier característica física, de su personalidad o de su comportamiento será amplificada o inventada por la camarilla como digna de rechazo u objeto de escarnio, como hicieron en su momento quienes fabularon que las mujeres eran intelectualmente inferiores, o los negros animales, o los judíos dignos del horno crematorio, o los homosexuales enfermos. Este contexto hostil, donde las profecías inventadas por el grupo acosador siempre se auto cumplen, generará en la víctima la pérdida de la autoestima, la culpabilidad y la sensación de confusión. Se encontrará en una situación-trampa. Si toma una actitud acomplejada, facilitará el acoso. Si los desafía, aumentará el acoso. Si denuncia la situación, es posible que la institución lo niegue y trate de resolver el conflicto tildando a la propia víctima de presentar una enfermedad mental o desequilibrio, de falta de empatía con sus iguales o de cualquier otra etiqueta que esconda las raíces del problema.
Y la sociedad se habrá permitido el lujo, o satisfacción, de haber destruido mediante el martirio a uno de sus componentes, irrecuperablemente.

martes, 13 de noviembre de 2012

viejas ideas nuevas

Alguien dice en una blog:“Jo, algunos todavía viven del discurso progre. Poco nuevo bajo el sol.”

Nací bajo un sistema y, perdonadme, pensé en una teoría contra ése,
y no otro, sistema. Si el sistema no cambia, ¿por qué yo?
¿Cambia el tratamiento quien no cambia de enfermedad?

Yo espero que mi amig@ no crea que las ideas están sujetas a modas.

Después del discurso progre ¿qué es lo que viene?
¿La neo caridad de las oenegés?
¿Hacer del Che Guevara una camiseta de recuerdo?

Ya tengo en mi casa una reliquia de aquel Muro de Berlín
mientras Israel construye su muro
y mi país en Ceuta y Melilla levanta una alambrada. 

Es verdad que nada nuevo bajo el sol.

¿Por qué a los militantes de las ideas nos piden novedades,
como estar a la moda? Me parece una frivolidad.

A un creyente le daría vergüenza hoy creer en un dios y mañana en otro.

El capitalismo está viejísimo y mis ideas anticapitalistas tienen que cambiar.
No lo entiendo. Pero alguien lo entiende
y se frota las manos con tantas novedades, eso es seguro.

martes, 6 de noviembre de 2012

la izquierda, de la igualdad a la diferencia


  1. La universalidad de la justicia se queda en buenas palabras si no se completa con la igualdad material. Las reglas pueden ser iguales para todos, pero no podemos considerar justa una carrera en la que uno de los corredores arrastra un yunque atado a la pierna.

  2. Tomarse en serio esas ideas supone compensar circunstancias decisivas en la vida de las gentes, de las que no son responsables (pertenecer a una familia poderosa, socializarse en cierto ambiente cultural, venir al mundo en un pueblo de Tarragona o en uno de Cuenca), que condicionan sus posibilidades de acceso a posiciones sociales e incluso el pleno ejercicio de los derechos.

  3. La izquierda ha pasado de la estrategia de la igualdad a la de la diferencia nacida en torno al llamado “debate multicultural”. No se le quita el yunque al corredor, sino que se opta por crear un reglamento para corredores con yunque, una carrera aparte. En lugar de combatir las circunstancias que están en origen de los problemas (la desigualdad, una cultura discriminatoria en el caso de muchas “minorías”), se adoptan excepciones a los principios generales de justicia y se aboga por “derechos especiales”. Una estrategia discutible que, por lo general, resulta de una debilidad intelectual anonadante.

  4. Las medidas excepcionales no pueden estar por encima del escrutinio democrático o de la aplicación de los principios compartidos de justicia. Si se aceptan, ha de ser como consecuencia de la aplicación de la justicia y la democracia. Y a sabiendas de su condición provisional.

  5. Algunas formas de discriminación positiva pueden estar circunstancialmente justificadas, pero sin olvidar que el objetivo es su desaparición por falta de razón de ser. Tomarse la igualdad y la justicia en serio supone ponerles fecha de caducidad. No sea que nos olvidemos de dónde están los problemas. Las medidas excepcionales no modifican las injusticias de origen; a lo sumo, su impacto. Vienen a ser como la aspirina, que no cura, pero alivia.

  6. La estrategia de la diferencia descuida las condiciones materiales. De hecho, sale muy barata. En cierto modo, parece recuperar la visión conservadora de que la igualdad sólo requiere el gasto de la tinta del BOE. Pero hay algo más: la estrategia del trato diferencial corre el riesgo de estigmatizar a quienes pretende ayudar, a que “la diferencia” se perciba como una suerte de incapacidad. Podría suceder que, en nombre de las diferencias, consagremos las desigualdades.

  7. Podemos acabar como en el Antiguo Régimen, cuando una complicada trama de relaciones jurídicas especiales hacía que cada cual se relacionara con el rey según su condición, según donde vivía y su clase social. Precisamente, aquella situación con la que acabaron las revoluciones democráticas en nombre de la igualdad, las que dieron origen a la izquierda.